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China: la crisis prohibida

¿Tras los muros de la icónica Ciudad Prohibida, se esconde hoy la crisis prohibida?

China, la segunda mayor economía del planeta, el gran acreedor de Estados Unidos, el país de la riqueza histórica, cultural, lingüística, parece atravesar de pronto un ocaso económico. Ocaso que reduce sus expectativas de crecimiento, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), de 7.4% en 2014, a 6.8% este año y 6.3% el próximo.

El 7% de avance del PIB en el primer y segundo trimestres de 2015 implicó su menor ritmo en seis años. Los datos se apoyan en un comercio que ha mostrado síntomas inequívocos de catarro, aunque solo el tiempo dirá si se trata de una verdadera neumonía o apenas un resfriado.

Para julio, las exportaciones sufrieron una caída de 8.9%, comparado con igual período de 2014, y las importaciones de 8.6%. Esta reducción se produjo, sobre todo, con la Unión Europea, principal socio comercial, y Japón, que ocupa la quinta posición en intercambios con el gigante asiático. Mientras, el comercio con Estados Unidos, segundo socio, subía 2.7%.

Pero el Dragón Chino lanzó verdadero fuego cuando, hace apenas unas semanas, se vio inmerso en una crisis bursátil, inesperada para el mercado, y peligrosa por las nefastas consecuencias que podría dejar en las bolsas del orbe.

No hay danza sin maleficio

¿Las causas? Una vez más, asistimos a la inflación de una burbuja financiera. Desde octubre de 2014 hasta principios de 2015, el mercado de valores de este país creció más de 150%. Miles de personas, quizás millones, puesto que hablamos de una nación cuya población supera los mil millones de habitantes, se fueron a estos mercados por sus atractivas tasas de rendimiento, generándose una burbuja en los principales indicadores bursátiles. Así, las correcciones naturales del mercado se enfrentaron a una economía que por primera vez en mucho tiempo había reducido el ritmo de crecimiento.

Cuando apenas comenzaban las primeras danzas del año, las autoridades dictaminaron recortes de tipos de interés, buscando incentivar el crédito y la circulación de capitales. Hace unos días, se sumó a la estrategia la emisión de deuda y el anuncio de inversiones públicas en infraestructura.

Aunque algunos la catalogaron como una crisis superior a la griega, en momentos en que el mundo estaba distraído con el país helénico, su naturaleza es muy diferente. Ello no implica que no pueda generar alarmas en las interconectadas economías internacionales.

Una de las principales, y que podríamos ver en los siguientes días, sobre todo con sus competidores comerciales de la región, es la denominada “guerra de divisas”, tras la devaluación del yuan en más de 3%, orientada por el Banco Popular de China. No hay danza sin maleficio.

En automático la medida despertó temores y lastimó las acciones de muchas bolsas. Los inversionistas se fueron tras activos más seguros, como el oro. Los analistas se preguntan, a sabiendas de estas consecuencias, ¿por qué China decidió devaluar la moneda?

Se valoran dos posibilidades:

1) Pekín defiende una reforma que le permitirá a las fuerzas del mercado tener más influencia sobre la moneda china. Tanto el Banco Central Europeo (BCE) como el FMI –que ha valorado incluir el yuan en su canasta de monedas de élite- aplauden la decisión.

2) Los mal pensados, y en particular los países asiáticos que comparten clientes de comercio exterior con la nación de las murallas, ven en esta acción una manera de hacer atractivas las exportaciones, y una vía expedita para revitalizar la economía interna. Sin embargo, esta última opción motivaría una respuesta revanchista de sus vecinos, y esa guerra de divisas que hoy no pocos avistan.

Pese a guerras civiles y fragmentaciones del territorio en diferentes reinos, el Impero Chino existió desde el 221 a.C. hasta 1912. Si hay un gigante con capacidades para sobrevivir a catarros y adversidades, ése es el asiático. Una guerra más no mermará la posición global que ostenta.

Frente a los bajos márgenes de crecimiento que vemos en el mundo de hoy, la desaceleración china puede que no vaya más allá de reformular una economía acostumbrada a crecer a ritmos precipitados, y que por su naturaleza misma obliga a la dependencia de otras naciones a sus ritos económicos y danzas políticas, que se esconden ya no en los muros prohibidos, sino en la silla presidencial de Xi Jinping.

 

Por Gabriela Guerra Rey.

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