Cuando tomamos la decisión de invertir en cualquier proyecto, ya sea la compra de un bien inmueble, metales, divisas, poner un negocio, asociarnos en algún proyecto o invertir en acciones de empresas en los mercados bursátiles, siempre lo hacemos con un mismo objetivo: tener un retorno positivo.
Ahora bien, hay dos tipos de inversiones: las tangibles y las intangibles. Un ejemplo de las primeras son: el oro o cualquier otro metal, los bienes inmuebles, el negocio con todo y las oficinas o establecimiento, entre otros.
En las intangibles están las inversiones financieras y bursátiles, si bien tenemos un estado de cuenta e informe de resultados, no las custodiamos nosotros mismos.
En cualquiera de los dos tipos de activos podemos tener buenos o malos resultados; sin embargo, en los tangibles nos sentimos más “seguros”, ya que tenemos la posesión física de estas inversiones, las podemos palpar y siempre existe la esperanza que aumenten su valor, de tal forma que podemos ser pacientes y nos preocupamos, pero no entramos en pánico.
Creemos que en el peor de los escenarios, si llegamos a necesitar nuestro dinero, los vendemos y recuperamos parte de capital invertido o la totalidad con alguna ganancia.
Apostar por el mercado
En el caso de las inversiones en activos financieros, principalmente bursátiles (como las acciones), el efecto en nuestra mente es muy diferente. Cuando tenemos buenos resultados pensamos que seguiremos con esta tendencia, planeamos invertir más recursos, nos arrepentimos de no haberlo hecho antes y nos invade por un lado un optimismo irracional, se da un efecto conocido como “efecto riqueza” al saber que estas inversiones van subiendo como la espuma planeamos cambiar de casa, coche o un retiro anticipado, entre otros.
Cuando el efecto es al revés, primero pensamos que así se mueven los mercados y que estamos regresando parte de lo ganado; sin embargo, si la tendencia bajista sigue, empezamos a entrar en pánico, generalmente es colectivo y queremos ser los primeros en salir; sentimos que no tenemos control de la situación y que no contamos con algo que nos respalde esa inversión, más que un triste papel, de tal forma que decimos “sálvese el que pueda” y a correr.
Piensa en grande
Para poder ser un inversionista exitoso y no entrar en pánico necesitamos primero hacernos un diagnostico financiero:
El resultado será mi perfil de inversionista, que no es otra cosa que mis características personales: qué conocimiento tengo de los mercados en los cuales voy a invertir, qué proporción de mi patrimonio deseo invertir, cuánto de mi percepción mensual o anual voy a destinar al proyecto que tengo en mente y finalmente, para qué estoy invirtiendo, es decir, si quiero hacer un viaje o es dinero para mi jubilación, etc.
Al tener claros estos aspectos, puedo determinar una estrategia de inversión; por ejemplo si el resultado del diagnostico fue conservador, tengo una edad entre 40 y 50 años, deseo invertir en instrumentos financieros que me paguen más que la inflación y quiero invertir para mi jubilación, entonces el resultado puede ser una estrategia como esta:
Si soy una persona de entre 30 y 35 años, y el resultado de mí diagnostico es patrimonial, entonces la estrategia será como esta:
Define tus necesidades
No existe una receta, cada individuo tenemos un perfil diferente, pero a través de este perfilamiento nuestras decisiones y estrategias serán siempre mas asertivas, sea cual sea nuestro perfil tenemos que respetar el objetivo y plazo de inversión.
En los dos ejemplos anteriores si el mercado financiero bursátil esta complicado, no debo de perder de vista mi horizonte. Como estoy bien perfilado y sé que voy a largo plazo, me debo de sentir tranquilo y ser paciente, tal como lo haría en inversiones tangibles.
Respetar mi perfil de inversionista, mi horizonte de inversión, ser disciplinado y con una buena diversificación, me ayudarán a tener éxito en mis inversiones.
Por Ricardo Gómez Dena
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