Se distinguió por una estrategia de inversión con la que se quedó toda la vida: inversiones cautelosas, reservas de efectivo sustanciosas para respaldar cualquier movimiento y una cabeza dura y fría para tomar decisiones.
Hetty Green nació en 1834 en el seno de una familia acomodada, descubrió el mundo de las finanzas desde pequeña. A los 6 años ya le leía periódicos de economía a su abuelo ciego, con quien discutía los movimientos financieros.
Abrió su primera cuenta de banco a los 8 años: depositaba 1.50 dólares a la semana, que era lo que recibía como domingo. A los 14, su primera responsabilidad en el negocio familiar fue llevar la estricta contabilidad del personal y los gastos domésticos.
A los 21 su padre le dio mil 200 dólares (unos 30 mil 600 dólares actuales). Pero ella prefirió invertir el dinero en la bolsa. Siempre atesoró el consejo de su padre: “No le debas nunca nada a nadie, ni siquiera un acto de bondad o de generosidad”.
Su habilidad en los negocios estaba empezando, comprando y vendiendo bienes raíces, bonos, otorgando préstamos e invirtiendo en la bolsa de valores; incluso empezó a aprovechar la expansión de los ferrocarriles para hacer fuertes inversiones, los bonos ferrocarrileros inundaron el mercado y causaron el cierre de tres bancos en 1872.
En 1895, cuando los trabajadores del tranvía en Brooklyn se fueron a huelga, Hetty declaró al Brooklyn Daily Eagle: “Los pobres no tienen oportunidad en este país. No es raro que los anarquistas y socialistas sean tan numerosos. La ley debe sostenerse, ¿o no? ¿Por qué no mejor empezamos por lo correcto? ¿Quién rompe la ley primero? Pues los administradores de los trolebuses. Vamos a permitir que los pobres rompan la ley para meterlos de inmediato a la cárcel”.
En noviembre de 1905, declaró al New York Times: “Compro cuando las cosas están a la baja y nadie las quiere. Las mantengo hasta que suben de precio y la gente está ansiosa por comprar”.
En 1907 le prestó dinero a la ciudad de Nueva York, para soportar el “Pánico financiero” a cambio de bonos a corto plazo. Al medir el mercado sobrevaluado, llamó a todos sus prestamistas y remató varios de sus fondos y bonos. Estaba entre los muy pocos que tenían liquidez y se dedicó a cazar ofertas y empresas en banca rota.
Tucson, Arizona, le pidió dólares para instalar el sistema de aguas y alcantarillado; también le prestó a la Iglesia Católica Romana St. Ignatius Loyola. Otro de sus negocios, de hecho el más importante, era las hipotecas y prestar dinero a bancos y negocios en quiebra, los préstamos fueron millonarios y las tasas de interés, exorbitantes.
Procuraba gastar lo menos posible, vivió siempre en departamentos muy pobres para pagar menos impuestos. Acudía a su banco desde las siete de la mañana y durante el lunch cocía avena con agua en el radiador, para no tener que comer en la calle. Usaba el mismo vestido negro de algodón, viejo y sucio con un velo negro para ocultar su identidad cuando pasaba por Wall Street, por miedo a que la reconocieran y quisieran hacerle daño. La gente decía que parecía una bruja y le pusieron “La bruja de Wall Street”.
Un día le dijo a un reportero: “Vivo de manera sencilla porque soy una cuálquera. Mi educación se disciplinó ante la fastuosidad y el show. Mi familia ha sido acaudalada durante cinco generaciones. No necesitamos hacer alarde para asegurar el reconocimiento de nuestra posición”.
Todas las decisiones de su vida estaban basadas en consideraciones monetarias, odiaba la especulación y el margen, prefería escoger con cuidado cada inversión. Además era meticulosa y disciplinada, leía todo lo que tuviera que ver con inversiones y ofertas antes de comprar. Solía decir: “No compro nada solo para tenerlo. Hay un precio en todo lo que tengo. Cuando el objeto alcanza ese precio, lo vendo.” Tenía un conocimiento enciclopédico del mercado y de sus propias finanzas.
No hubo un inventario real de la fortuna de Green, pero estaba valuada entre 100 y 200 millones de dólares (de 2.2 billones a 4.4 billones), lo que la hacía la mujer más rica de su tiempo. Le dejó todo a sus dos hijos.
Sufrió de ataques constantes de la prensa, Hetty dijo: “La gente escribe mi vida en Wall Street, y asumo que no les importa saber un carajo de la real Hetty Green. Soy sincera, por eso me retratan como si no tuviera corazón. Hago las cosas como quiero”. Su popular frase en los negocios fue: “I’m not Hetty if I do look green” («No soy Hetty si me veo verde”).
En octubre de 1998, en la portada de American Heritage Magazine, aparece en el número 36 de los 40 más ricos en la historia de Norteamérica. En dólares de hoy su fortuna se estima en 17.3 billones. Es la única mujer en la lista.
Y así es como Hetty Green destacó en una época en la que a la mujer no se le confiaba el dinero, era complicado acostumbrarse a ver a una que manejara sus inversiones de manera espectacular. La gente no estaba acostumbrada a que las mujeres fueran independientes, viajaran solas, portaran pistola, usaran lenguaje soez y se codearan con los millonarios de igual a igual, e incluso con superioridad financiera.
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